lunes, 12 de marzo de 2012

Llegaste, punta de la madeja en nuestros propios mitos, llegaste para desentranar los conjuros de la noche; llegaste, ovillo de luz, para extirpar tinieblas. Llegaste y entonces fue que amanecio. Llegaste y desde entonces soy, solo soy porque tu estas.

(Este texto fue escrito hace algunos días como resultado de esos inexplicables arrebatos líricos; tal vez hoy, después de los acontecimientos del fin de semana, sea necesario manejarlo en plural)

Derrama, Bañista, la soberbia casi inmaculada de tus arrebatos y tu bronce, ahora que estoy bajo el imperio casi impermeable de tus ojos, ahora que estoy tan así, a merced del casi proverbio que anida en tus rincones, hazlo ahora que aún es miércoles y casi llueve.

Leer a Gabo es pronunciar, en cada sílaba de sus predominantes y adictivas esdrújulas, una especie de conjuro para librarnos de ese limbo que se llama indiferencia y tiene como sinónimo único la muerte. Leer las claves de Macondo en cada línea marquiana es descifrar un poco más los viejos pergaminos de Melquíades, "aquel gigante corpulento, de barba montaraz y manos de gorrión" y saber que ente las manos nuestras ronda la posibilidad de no desvanecernos en las proas de otros anonimatos. Pequeñísimo homenaje por los 85 años de Gabriel, los 45 de Cien años y los casi treinta del nobel.
(Texto de la semana pasada)

sábado, 10 de marzo de 2012

UNA ARDILLA UN TRONCO Y UNA TARDE

Tres incógnitas en la corteza,
tres signos de interrogación atónitos en la madera viva,
camuflaje, intemperie y apariencia,
tres preguntas en la zoología de aquella tarde,
tres sílabas acompasando el tiempo.